miércoles, 11 de junio de 2008

El BloQuEo

Es un día como cualquiera, la noche, las estrellas, las montañas. Quienes somos, de donde venimos, son preguntas que siempre se me pasan por la cabeza. Todo parece, nada es…. Podemos cuestionar, para que, no hay respuesta.
Todo parece en orden, ni una sola letra más en el documento. Varios años de espera y aun no consigo superar el bloqueo de mi cerebro. Los doctores creían que…ya no creen nada. Ayer todo indicaba que mañana podía ser, pero hoy que escribo esto sé que no pudo ser. Es complicado pero siempre ha sido así. La historia es sencilla o no es historia ni es sencilla, en fin el bloqueo.

Tres de la mañana, camino yo, ¡que digo! dos o dos y media, no importa, las sombras ocultan mi rostro, el frío de la noche hiela mi hígado. Los perros no dejan de aullar a la Luna. Un ambiente sórdido, algo misterioso. Una flor negra alumbrada por la luz de un farol me causa curiosidad. Es perfecta, pétalos, tallo, espinas. Me alejo adentrándome en mis pensamientos. Quién puede haberla dejado allí, abandonada al destino de algún transeúnte curioso hasta malévolo que no dudaría en echar un par de miradas a uno y otro lado y tomarla velozmente para ocultarla debajo de su abrigo…puede que no sea así, tal vez el frío de la noche llegará a marchitarla.

Me levanto de la cama y pienso en aquella rosa negra, detalles como estos la impactaban, la desquiciaban al punto de buscarme por años y seguir en el juego. Nunca nos encontramos, nunca la llegue a conocer físicamente, vi sus ojos escaneados en mi correo. Es la única imagen que tengo de ella, tal vez, quizás sean falsos y aquellas pupilas, iris, párpados, cejas, sean de cualquier revista vende-niñas-ingenuas a consumidores en celo.

Atardecer, parque, voy corriendo y estoy nervioso. Me detengo y no sé porque corría y porque estaba nervioso. Un agua helada y gaseada baja por mi garganta, pago a la joven de patines, licra y gorra amarilla, no tiene vueltos y sigo mi recorrido. Camino aún un poco agitado, trato de recordar pero no puedo y ya no importa. Compro el diario y las noticias parecen ser las de hace un siglo, nada ha cambiado, el ciclo continua y parece que la mayoría no se percata de esto. Aun veo rostros de hombres, mujeres, ancianos y jóvenes asombrados por lo sucedido. Me dirijo ahora hacia…es mejor sin nombres, la puerta se abre, la multitud baja, la multitud sube, la puerta se cierra. Es el lugar no cabe duda, los afiches, las paredes, el azul predominante, el viejo Johnny, la alegría de su Saxo, es imposible no darle algunos centavos. Nos conocemos, él siempre esta allí lamentándose y yo siempre estoy aquí deleitándome con su sufrimiento. Las escaleras no funcionan y la muchedumbre batalla por alcanzar un nuevo escalón. Del otro lado del andén bicicletas y monopatines, uno que otro perro guiado por su amo-collar-inalámbrico. Este lugar no cambia a pesar de todo, carteles, autos, rojo verde, rojo, cruzo la esquina, el poste, el farol, el afiche cine club “Mamaos del Cine Fieles” presenta documental “UN ARIO EN EL CONGO”.

Sé que busco algo pero no lo recuerdo. No es fallo de memoria, ni amnesia, ni mucho menos E.M. (Erosión de Memoria) la droga Loriguiana, pero sé que hay algo allí, o sus indicios, punto a punto, sólo debo unir las líneas y hallaré la respuesta, si es que hay una.
Me siento, un café con mucha crema, gracias. Las gafas me molestan un poco, pero el sol en los ojos es mucho peor así que decido dejarlas. Tres minutos habían pasado y la incertidumbre comenzaba de nuevo, el bombardeo no hizo esperar y lo más jodido es que no sabia porque el gobierno ruso los había abandonado y que ocultaban tras aquel silencio fantasmal. Porque años después de la guerra fría un submarino cargado de armas nucleares aún se paseaba por el Ártico.
Estoy conectado a algo, es mi mente, es mi ser, no estoy seguro, sólo lo siento. A veces puedo olfatear a distancia, hay un no-sé-que en un no-sé-donde que guía mis pensamientos. No soy devoto a dioses o a milagros, no sé, es algo más elevado. Soy la evolución misma del pensamiento del hombre, no entiendo ni lo que escribo, lo leo y me suena a fanático extremista. Mi mente dicta, mi mano escribe, mi mente racional no cuestiona. Camino de nuevo, callejones sin salida, antros de baja calaña con una riqueza enorme, es como entrar al Prado o al Louvre y deleitarse con las más grandes obras, personajes tan complejos y a la vez tan sencillos que deambulan solitarios en el mar de los muertos. Apestan, apestamos, somos reflejos pero huimos de encontrarnos cara a cara con nuestro propio rostro. Mirarnos a los ojos y descubrir las mentiras que hemos inventado, un engaño enorme-deforme que desfigura nuestra apariencia. El encuentro es lógico, el camino laberíntico, tarde o temprano nos conducirá de regreso. Día, día, noche, noche, que demonios, donde me encuentro, es un sótano, estoy amarrado de pies y manos. La venda en mis ojos únicamente me permite ver las sombras de cientos de pies en el suelo húmedo que avanzan de derecha a izquierda y viceversa. Un par de tacones se detienen, ansiosos buscan a uno y otro lado. Dos botas mas se detienen entre la multitud, esperan impacientes. Un par de zapatos elegantes se dirigen hacia los tacones. Las botas paso a paso se acercan, un ruido fuerte se escucha, la multitud desaparece, un cuerpo cae al suelo. Soy testigo de algo, no sé de que, ni de quién, pero lo soy. El día desvanece las sombras, el silencio vuelve. No hay preguntas ni habrá respuestas, no me importa, sólo estoy allí amarrado de pies y manos, venda en ojos allá arriba hay un objeto en el anden.

A través de una pequeña ventana se ven los destellos de la luz de un ala de avión. Vuelo rumbo a no-sé-donde, a mi lado una mujer joven de una mezcla racial extraña pero atractiva, escribe en su ordenador, se detiene toma un poco de vino, me mira y me entrega un periódico sin decir palabra alguna.
Mierda pero si estoy en primera plana, al parecer un grupo de neonazi me tenían secuestrado, no dan explicaciones al respecto… Bar con el número 88 en la puerta que significaba la octava letra del alfabeto, es decir la “h” dos veces y que daba referencia a Heil Hitler y… se debe ser un maldito genio para descubrirlo… los secuestradores y seguidores de la filosofía del Reich, dos jóvenes de 19 y 25 años….Sigo sin entender a esos cabrones y mas en estos días en que las mezclan predominan.

Aquel bar parece ser ideal para aquellas especies que únicamente se reproducen en cautiverio. Luces de colores, humo denso y frío, variedad de olores y sabores, rostros inquietos y espeluznantes. No hallo un lugar para quedarme, todos parecen defender su territorio. Me aferro más y más a mi vaso y lo llevo una y otra vez a mi boca, aquel sabor no concuerda con el sabor de una buena cerveza. Mi memoria no me engaña, lo que no entiendo es el porque de un desabrido vaso con agua en mis manos. A mi alrededor cientos de vasos con agua en otras cientos de manos y en las mesas y en la barra. Extraño club de abstemios anónimos o de adictos a extraños clubes o a extrañas sustancias anónimas.
Unos bellos ojos violeta en busca de un poco de dinero y placer se pasean de un lugar a otro. Parpadean, no se detienen, ocultan algo: miedo, angustia y ansiedad de lo inesperado. De lo inesperado de un puñal en su garganta y un cabrón dándole por el culo. O de un viejo decrepito-asqueroso lamiendo su delicada vagina mientras se masturba intentando pararse el pito. Es patético, vivo en mundo patético pero que más da. Creo que me observa, es más estoy seguro que me observa, sonríe, no puedo hacer nada para que deje de hacerlo. Realmente no la miro, la única imagen en mi cerebro es de sus labios carnosos en mi pito inmaduro, que más da: un viejo asqueroso e impotente o yo… In-Humanos patéticos rodeados de pensamientos patéticos.

La barra esta en el centro del lugar, voy en busca de un poco de cerveza pero me encuentro que sólo hay agua por todas partes y servilletas, miles de servilletas guardadas con extraño cuidado, observo y veo que cada individuo recibe una de diferente color. Recuerdo que yo al entrar e ir a la barra, el barman me pregunto el color, no le entendí y dije que cualquiera. La servilleta, la maldita servilleta tenía un punto en el borde derecho que se debía rasgar y mezclar con el agua. Lo hago y lo bebo.

Ahora estoy en Pekín, miles de personas caminando alrededor, motos, autos, edificios. Ahora camino sobre el océano, una isla se aproxima, estoy en Cuba, construcciones en ruinas, autos viejos, bicicletas. Grandes pantallas cubren todas las paredes del lugar, incluso las hay en el piso y el techo, la sensación es indescriptible.

Caigo de repente y descubro en mi mente lo que soy. Un espía soviético que fue infiltrado en el óvulo de una mujer que se dirigía a los Estados Unidos de América, el error fue que la señora nunca llego a su destino. Esa es la versión de mi psicoanalista, algo confusa, inverosímil pero según él tan real como mi piel negra. Una chica del bar me sonríe con ternura, pronto todo se nubla.

Estaba tirado en el único lugar donde las personas se ven a si mismas, en el baño de aquel nebuloso bar. Que sucedió, que sucede, aquel estado hacia de mi un animal guiado por impulsos primitivos. “Entiendo al mundo pero el mundo no me entiende” Aquel epitafio en la puerta frente al inodoro y aquel olor a amoniaco producido por la descomposición de la mierda y la orina me hacen saber que no puedo continuar así, la comida chatarra agujerea mi estomago.

Aquella mujer, aquellos ojos, aquella rosa, aquel cuerpo en el anden, aquel secuestro, aquella perdida de partes de la secuencia lógica de desplazamiento de un objeto en tiempo y espacio real, indican que algo esta muy mal. Serán los síntomas de la vida digital postmoderna. Hay saltos de tiempo y espacio, quién soy, de donde vengo, me hallo perdido, no comprendo aquel mundo real-irreal.

Camino desnudo por el pasillo que conduce al baño, eso no es extraño, lo extraño es si el pasillo de la que creías tu casa esta lleno de gente rara y además de todo descubres que no estas en casa sino en un hospital y padeces de un mal incurable.

V. Mad
©

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