miércoles, 11 de junio de 2008

HumAnOs y AsQueRosOs CeLoS

Enamorado estaba, vaya que lo estaba. Estaba tan enamorado que todo lo veía amarillo, verde, azul y violeta. Esa chica me encantaba pero no sabía como demostrarle todo lo que la quería y me acordé de mi madre que siempre me decía que yo era un ser anti-expresivo y ahora que me daba cuenta era verdad, por eso nunca fui capaz de decirle todo lo que sentía por ella, antes de que muriera. Ahora no sé si allá en el cielo se habrá dado cuenta que sí la quería y mucho.

Todos los días soñaba con esa chica, quería verla, escucharla y sentirla. Me hacía falta y no podía salir a buscarla pues no sabía donde vivía. Sus ojitos ilusionados llenos de eso que a muchos les faltaba y que a los suyos les sobraba, llenos de esa esperanza inmensa y pura que me llevaba a la cúspide, me despertaron de aquella terrible soledad.

Antes pensaba que nunca más iba a sentir tanto amor por alguien, pensaba que nunca más le iba a abrir mi corazón a nadie, pensaba que nunca más iba a sentirme el ser más feliz del mundo. Pensaba, pensaba, muchas cosas pensaba. Quería apartarme con ella a cualquier lugar libre de impurezas, libre de ruidos y de personas. Quería decirle todo lo que la quería y todo lo que podía hacer por ella. Quería abrazarla y en susurro decirle que podía contar conmigo, que no la decepcionaría, que nunca la abandonaría y que siempre por encima de todo la querría. Quería besarla y hacerla sentir que nada más me importaría pues estaría allí a su lado.

Muchas noches pasaban y yo sólo pensaba. Pensaba en como le declararía mi amor cuando la tuviera de nuevo frente a mí, cuando estuviera de nuevo junto a su alma.

Día tras día transcurrían y al salir a las calles a esperar por ella, nunca la veía.

Una noche más, dos noches y una semana más pasaban. Le quería decir que desde aquella mañana en que por primera vez la había visto, me había interesado, que luego al seguirla viendo mañana tras mañana mi amor había reaccionado ascendentemente y que ahora estaba enamorado.

Enamorado de ella pero que mi intensión no era hacerla incomodar. Que yo sabía como era eso de las declaraciones, y que cuando a uno se le declaraban y uno no estaba interesado por el otro, aparecía la reacción pos-declaratoria. Que se manifestaba en rechazo hacia el otro y a veces en casos más severos, en el odio. Quería que supiera que después de saber todo lo que por ella sentía, fuera consciente y no me rechazara, que cuando nos encontráramos cara a cara caminando por el parque, no fuera a pasar de largo sin ni siquiera saludarme. Que nunca pensará que yo la celaría como su perrito guardián, que siempre espera a que cualquier hombre se le acerque para de un solo ladrido sacarlo corriendo. Que eso nunca ocurriría, que yo se lo prometía pues que ese egoísmo de los amores asfixiantes no iba conmigo y que podía estar tranquila. Que yo sólo quería decirle desinteresadamente todo lo que la quería porque creía que también ella tenía derecho a saberlo y que aparte era una promesa. Una promesa mía pues quería cambiar eso que mí madre me había dicho y que yo sabía que era verdad. Ese temor de expresar los sentimientos y que no era tanto por el temor a la negativa, al rechazo y a la palabra no, sino que mi temor era por sentirme vulnerable ante ella y mucho más ante su amor.

Pasaron días, muchos días pasaron y cuando de repente entre en ese autobús amarillo y te vi, me acerque rápidamente porque tenía tantas cosas para decirte, tantas cosas para expresarte y cuando después de atravesar todo ese gentío con esa sonrisa de haber conseguido ese sueño tan anhelado y te vi tan sonriente, me alegre aun más porque pensé que tu también me estabas esperando.

Pero cuando baje la mirada y te vi cogida de la mano de aquel individuo que debía ser tu novio, me entristecí y me baje allí mismo. Allí mismo en la primera parada pues no quería saber más del amor. Del amor que me había engañado pues me había hecho sentir celos, los más humanos y asquerosos celos del mundo y me sentí mal pues me di cuenta que mi corazón era igual al de los demás. Sentí asco y vomite, largo tiempo vomite por la calle treinta y uno, por toda mi ropa y más allá por el parque Almendrares. Sentí asco de mí pues era un egoísta y sólo eso, un egoísta que actuaba por recibir algo a cambio sin el debido desinterés. Por eso mismo decidí princesa mía no decirte nada, porque mi amor por ti seguía siendo tan grande que ni yo mismo me atrevía a hacerte daño.

V. Mad
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