miércoles, 11 de junio de 2008

Yo, Damián Quintero

Mientras los pitos de los autos chillaban como un cantar de ranas desesperadas, y los pasos de cientos de peatones marchaban al compás de aquel reloj gigante, impresionante, que no se ve, que no se escucha, pero que se percibe en aquella atmósfera densa, nebulosa, confusa y la verdad irreal de aquella metrópoli, yo Damián Quintero, estudiante de literatura, desocupado, sin novia conocida, y terriblemente soñador, abstraído de la realidad objetiva y de todo lo que me pueda conducir a ella, asisto a una de mis mejores películas de amor, pasión, intriga, instintos desenfrenados y locura en una de las más exclusivas salas de cine en movimiento que existen, eso por supuesto sucede en el interior de mi cabeza. La historia es sencilla y en realidad para no complicarnos puede ser resumida en tan sólo unas cuantas palabras frías y sin ningún sentido.
Todo comenzó un día de tantos, cuando me desperté sin ganas de nada, aburrido y con una terrible pereza por todo. Yo estaba allí, tendido en aquella cama de malla, era ella y yo, unidos eternamente en aquella horizontalidad, y a decir verdad aquella situación no me gustaba para nada. Me era imposible moverme, por más que lo intentaba una y otra vez no lo conseguía. Pasaban los minutos, pasaban las horas, y los días. Pasaron la primavera y el verano, todo seguía igual, el techo allí frente a mis narices, en cualquier momento podía venirse a bajo y mi lengua ni se movía. Me sentía vulnerable y estúpido. Temía incluso que a las cucarachas y a las hormigas les diera por incluirme en su dieta. El mundo afuera seguía girando y yo Quinterito postrado en esta inmunda cama de malla sin poder unirme y girar con él.
Pasaron varios años y ya hasta empecé a sentirme personaje expresionista, yo Damián Quintero convertido en Gregorio Samsa, pero de repente todo termino y me levanté. En ese momento decidí investigar acerca de lo sucedido y buscar ayuda para que nunca más aquella pesadilla se repitiese, así que fui a un tratamiento psicológico y ahí a grosso modo termina esta historia. En realidad este hecho tan trivial no tiene nada de interesante, realmente no ocurrió nada excepcional que pueda ser escrito y leído así que lo dejare a un lado y me centrare en lo que no sucedió, en lo imaginario.
Después de asistir a varias citas con una doctora especializada en Psicología Clínica, mi depresión, mi terrible pereza fue desapareciendo, era indudable mi progreso y no sólo se debía a su inteligencia y a su bríllate pensamiento teórico sino también a su suavidad, solidaridad y a su gran sentido humanista. Poco a poco deje de verla como a una persona extraña y empecé a sentirla muy cercana, como si le conociese de tiempo atrás, como a esa vieja amiga con la que hay total confianza y sinceridad, y no importa que la veas todos los días o que la llames en su cumpleaños, pues siempre está presente ahí, en eso que algunos llaman corazón. Al principio a pesar de mi tristeza sin motivo, cuando llegaba a su consultorio,
mi animó mejoraba notablemente y mis temores desaparecían en su mayoría. Mi comportamiento allí dentro de esas cuatro paredes con ella, era un poco distante pero no porque así lo quisiese sino porque me parecía que así debia ser, y de hecho yo Damián Quintero no quería incomodarla y por nada del mundo hacerla sentirse prevenida y observada. Eso sería terrible y la objetividad del tratamiento se vendría a bajo. Pero no todo seguiría así, unas semanas más tarde iba yo en un autobús, rodeado de gente impaciente, egoísta y desesperada por llegar a sus lugares de trabajo. El caos de la gran urbe era evidente y también la locura de la mayoría de sus habitantes. Yo el soñador Quintero como me decían en el colegio iba al encuentro con la doctora. Teníamos cita a las nueve de la mañana, iba un poco nervioso por aquello de mis sentimientos y porque esta cita no era como las demás, no era en su horrible consultorio, no es que tenga algo en contra del suyo, la verdad es que los consultorios en general me parecen horribles, y a pesar de que los decoren con plantas, bellas obras de arte, cómodas sillas, bibliotecas imponentes, tapetes, música ambiental y de vez en cuando una hermosa modelo como secretaria en la sala de espera, en serio, no me pueden engañar, son sinónimo de enfermedad, de tristeza y no me podrán gustar nunca. Por eso esta cita sería diferente, de hecho no la veía como cita psicológica ni nada por el estilo sino simplemente como el encuentro con la persona que te deslumbra y con la cual te sientes bien.
Continuaba nervioso ahora caminando a su encuentro, la Iglesia de aquel parque a medida que yo paso a paso andaba se iba haciendo más y más grande e incluso terriblemente hermosa. Es extraño como a veces no te das cuenta de lo que te rodea, pero más extraño aun, es cuando descubres tu falta. No estaba seguro si era ella, realmente se veía diferente sin su bata y fuera de su consultorio. Ella era demasiado joven, con su cabello aun mojado con olor a frutas silvestres, y su maleta de estudiante. Me sentía extraño, pero me sentía demasiado bien, tanto así que trate de controlarme para no pasar de confianzudo, pero creo que no lo logré. La fuerza que emergía de mi interior era mucho más grande que aquel impulso por controlarla. La doctora... no, no puedo seguirle llamando así, siento un terrible impulso por llamarle por su nombre y para ser sincero tanta formalidad me tiene harto. Yo Damián Quintero, impulsivo, y a veces hasta maleducado por mi sinceridad desmedida, me declaro libre desde este momento, así que le llamaré por su nombre: Susana, Susanita.
Susanita era muy joven, su pinta de universitaria iba en contradicción con lo que la sociedad decía que debería ser el aspecto de un doctor, es decir, frío, como el témpano que llevó al hundimiento del gran Titanic en las profundidades. Ella no sólo se veía diferente, también su comportamiento era diferente, sus bellos ojos se veían más brillantes y claros que de costumbre, la amante de la libertad y el cambio nacía en ese momento ante mis ojos asombrados e incrédulos. Ese primer impacto sin lugar a dudas transformo algo en mi interior que en ese momento no lograba descifrar.
Hablamos un par de palabras allí en aquel parque, a nuestras espaldas aquella enorme Iglesia y siendo honesto, sentía un gran alivio que estuviéramos en esa posición y no en otra. Prefería no tener a mi vista aquella creación católica, castigadora y creyente en que debíamos cargar con una gran culpa, la prefería a mis espaldas y no recordándome lo pecador y malo que era. En este momento mi vida daba un giro y el mundo ya no era el mismo. Las palomas buscaban migajas en el piso, otras volaban y yo a esas las prefería, no hay nada que hacer sobre este suelo, arriba hay mucho más espacio y si se tienen alas porque no aprovecharlas. Susanita había decidido ir al Jardín Botánico y yo Damián Quintero sin ningún tipo de quejas, la apoyaba. Algunas dudas viajaban desde otros mundos y caían en mi cabeza, ¿acaso la terapia de inmersión no era tener contacto con aquel mundo caótico que me rodeaba y me atemorizaba? Confiaba plenamente en ella y además me importaba un pepino si me enfrentaba o no a mis temores, estaba feliz, no sabía el porque pero a quién diablos le importaba, sólo lo estaba y punto.
Allí estaban los dos rodeados de sol, de nubes y de plantas, tanto esplendor inspiraba aun más al joven Quinterito. Su energía vibraba al ritmo de la naturaleza y su imaginación volaba a lugares desconocidos. Susanita a medida que caminaba lo interrogaba sobre algunas de sus ideas, lo raro es que ya habían hablado de esas cosas pero a él seguro no le importaba mucho tener que repetirlas. Tanto verde a su alrededor hacia que su cabeza se desatara. No podía seguir conteniéndose y pronto empezó a liberarse y a preguntar a Susanita por su vida privada. Al principio note cierta distancia, respuestas cortas tal vez por cordialidad, un poco de prevención de su parte y como no si ya Quinterito le había escrito algunas de sus dudas sobre aquel experimento que ella por primera vez realizaba, y entre líneas trató de mostrarle a la doctora Susanita sus preocupaciones con respecto a sus sentimientos y ella seguro que lo había entendido pero trataba de no ser tan directa con el tema. Lo que no sabían ninguno de los dos es que a pesar de todo, esta situación de Damián Quintero con las mujeres era uno de los principales problemas que lo conducían a la desesperación, al vacío y a desesperanza. Y allí poco a poco junto a árboles, flores y pájaros de plástico ellos se enfrentaban al problema sin tener plena consciencia de ello. O tal vez ella lo sabía pero tenía dificultad para decidir al respecto y prefería mantenerse al margen y no cambiarle una dependencia por otra, o todo lo contrario, actuaba con absoluto conocimiento de cada suceso y todo lo tenía controlado.
En un momento cerca de los helechos Susanita le miro fijamente a los ojos, como queriendo ver en su interior, tomo fuerzas y trató de preguntarle algo al respecto, pero se contuvo y no dijo nada. Yo narrador omnisciente, entro en este juego desde ahora, y desde mi perspectiva así fueron los hechos.
Susanita me miro fijamente a los ojos, una mirada profunda que trataba de investigar mis pensamientos, sentí un poco de vergüenza y mi mirada pronto enfoco el suelo. Sentía que ella lo tenía todo controlado y que todo era parte del experimento. Seguimos caminando, hablando, sonriendo, y yo Damián Quintero sentía como Susanita iba rompiendo con aquella coraza y de repente comenzaba a contarme cosas de su vida, como a cualquier persona y no a su paciente. Descubrí además de todo que había estudiado filosofía, que era profesora de esta materia en una importante universidad, que había realizado una especialización de psicoanálisis en el exterior y además de todo que en su interior se hallaba una bella persona, que era emprendedora, idealista, amante de la libertad, una joven individualista con gran capacidad de mando y autodominio, aspirante a la universalidad y al misticismo. Inesperadamente me sentí mucho más tranquilo, y ella al parecer se sentía igual.
Siguieron paseado por el jardín de las rosas, Susanita estaba feliz, y Quinterito estaba encantado con su nueva amiga. Se notaba que le admiraba y respetaba mucho y que por sobre todas las cosas quería que ella se sintiese bien y en confianza. Pasaban las horas y pronto todo llegaría a su fin, cosa que a Damián Quintero no parecía mucho importarle, se le veía seguro e ilusionado. A ella tampoco parecía importarle la hora, era como un alejarse del todo por un momento, se le veía en una actitud extraña, quien sabe si calculada pero al parecer su actitud parecía muy honesta.
Era ya la una de la tarde y todo había terminado, yo salía contento, tranquilo, y confiado en que me había portado bien. Al recoger las maletas en la entrada me acorde que debía entregarle un sobre que mi familia le había enviado, en el rostro de Susanita hubo una transformación extraña, la sentí diferente, no puedo describir aquella sensación pero no fue grata para mí. Yo Damián Quintero trataba de analizar que había pasado, porque aquel cambio, ¿acaso había dicho algo malo?, seguro que sí. Que estúpido, se trataba del cheque de pago, el dinero siempre lo jodia todo, pero la culpa era mía, como no lo pensé antes, tal vez le hice sentir mal, o ella simplemente se sintió mal por aquel choque con la realidad, Susanita era la doctora y yo Damián Quintero el paciente y así eran las cosas, dinero por tiempo y nada ni nadie podía transgredir aquella situación. Que horrible sentimiento en mi pecho, en mi garganta, tantas ideas, tantas teorías y lo peor de todo era que no podía hacerlas publicas, no podía decirle a Susanita cual claro estaba yo al respecto, es decir, que yo Quinterito soñador sabia diferenciar mis sueños o tal vez pesadillas, de la realidad objetiva, de la realidad concreta y que tantas películas que se generaban en mi mente eran sólo y únicamente como la palabra misma lo indicaba: películas, ficciones basadas en la realidad pero nunca las consideraba reales.
De regreso al punto de partida, Damián Quintero insistía en ir a almorzar con la doctora Susanita, él más que por el hambre, trataba de disfrutar los últimos instantes de su compañía, trataba de capturar todo lo que ella decía y hacía, al punto que Susanita termino por darse cuenta de sus intensiones y el nerviosismo le atrapó, al punto que al pinchar la mazorca de aquel plato típico, esta voló por los aires y le ensucio su vestuario. Quinterito le miraba y trataba de hacerla sentir bien, de hecho le importaba un pito lo sucedido, pero al ver el rostro de Susanita un poco atomatado, se sintió culpable de aquella desgracia. Él creía haber causado aquella situación, ella al parecer se sentía un poco vulnerable, juzgada y observada.
No sabía donde meterme, estaba tranquilo pero Susanita no lo estaba. La comida estaba deliciosa pero mi apetito no era muy grande, además era un poco tarde y ella debía ir a cumplir con sus obligaciones y yo Quinterito el soñador la estaba retrasando. Tome un poco de refresco y casi deje toda la comida, intranquilo fui a pagar para que ella no lo hiciera y no sé que paso después, todo era diferente, sentí a Susanita como distante, nerviosa, como molesta. Yo por supuesto sabía que ya todo había terminado, pero no entendía su actitud, que extraño. Caminábamos rumbo a la avenida octava, yo Quinterito impertinente le preguntaba si ya se iba para la universidad y ella Susanita nerviosa no sabía que decir, la sentía como pensativa como preguntándose internamente que hago, como me lo quito de encima sin que se sienta mal, como preguntándose que carajo tendrá este ahora en la cabeza, que ideas raras se le habrán metido y yo Damián absolutamente a la expectativa, sin saber que hacer ni que decir, sin saber que había causado tal malentendido, sin saber el porque de su comportamiento tan diferente al del Jardín Botánico. Inmediatamente pensaba en aquel paraíso perdido y en uno de los tantos jardines, aquel jardín de rosas que a ella le había atraído al máximo y que era como su sueño de infancia que había recordado en la madurez. La realidad era absurda e incomprensible en ese momento. Luego al llegar a la avenida Susanita decía adiós y yo Damián Quintero así lo entendía. Mi cara de estúpido debió ser evidente. No esperaba absolutamente nada fuera de lo común pero imaginaba que todo lo sucedido por lo menos había cambiado nuestra relación doctor-paciente y ahora a pesar de todo era más como una amistad. Ella se alejaba y yo internamente me decía que pasó aquí, porque aquel comportamiento tan distante, tan frío, ¿acaso sería parte también del tratamiento?, era como un no te pienses nada raro, o un recuerda que nuestras vidas las separa un escritorio y una bata blanca o un titulo que certifica que yo estoy a un lado y tu estas en el otro. Evidentemente el culpable de todo esto era yo Quinterito soñador, que jodida vida, que desilusión, que sociedad de mierda. Tomé un autobús rumbo a cualquier parte y el que carajo estoy pensando se cruzo por mi cabeza, tan sólo fue una despedida, sí algo fría y todo pero que quería. Ya el viaje rumbo a cualquier parte se convertía en una ida a escalar, en un que rico la pase, en que chevere haber conocido a alguien así tan comprometida con sus ideas y pronto el animo de nuevo subió.
Al día siguiente de nuevo aparecía la persona agradable y fresca. La doctora Susanita con mucha alegría en su rostro, con tanta paz interior, y Damián Quintero de nuevo tranquilo y convencido de que no había pasado nada. A ella aún le inquietaban ciertas cosas de lo que él anteriormente le había escrito, lo mencionaba y observaba su reacción, le preguntaba que qué quería decir con justificar lo injustificable pero no se decidía a preguntar con mayor precisión, luego le interrogó acerca del paseo del día anterior. Él, Quinterito, un poco apenado y tratando de encontrar las palabras adecuadas para hablar de aquel día en el Jardín Botánico, se sinceraba a cada momento y pronto se desahogo con lo que le rondaba por la cabeza. Ella poco a poco también se sinceraba y pronto decidieron para un próximo encuentro comparar puntos de vista, reacciones, ideas absurdas y cualquier cosa que haya sido interesante para ambos. Incluso Susanita muy inteligentemente le colocaba trampas y él Quinterito inocente, caía como cae un sapo en un charquito; lleno de alegría. Susanita le pregunta que qué planes tiene para el fin de semana y él sonriente, le mira como quién ha logrado algo que no se esperaba y de pronto se da cuenta de su estupidez y se ríe como quien se ha delatado a si mismo. Ella también analiza la situación pero sus pensamientos me son imposible conocerlos.
Yo narrador omnisciente creo que hemos llegado al punto climático de esta historia, las ideas absurdas, los sueños, la imaginación desmedida de Damián Quintero culminaran en aquella próxima cita, todos los detalles más trascendentales serán comprobados, discutidos y evidentemente de allí saldrá un veredicto, no propiamente con un ganador o un perdedor pues sin lugar a dudas Susanita y Quinterito aprenderán mucho de todo esto.

V. Mad
©

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